El ex presidente del PS, figura clave de la
renovación, reivindica el papel de la política, realiza un diagnóstico
del socialismo y analiza relación de la candidata con los partidos:
“Michelle tendrá que tener en consideración a la estructura del Partido
Socialista y a la del PPD. En la política hay una suerte de hipocresía”.
por Rocío Montes
Quiero hacer una
reivindicación de la política y la única manera de practicarla es a
través de los partidos y de las instituciones. No conozco otra…
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La distancia entre los candidatos a la presidencia y los partidos
políticos debe ir desapareciendo en la práctica, evidentemente, aunque
algunos quieran implementar lo contrario.
Porque cuando vaya a Coyhaique, ¿quién la va a recibir? ¿Y a
Coquimbo? Los partidos. Sin duda los ciudadanos, la gente joven, las
mujeres, pero los partidos políticos de la Concertación van a estar. La
gente va a decir: “Ah, los mismos huevones de siempre”. Pero ¡esos son
los que están! Son los que han querido estar, por oportunismo, por
ideas, da lo mismo. Donde vaya Michelle, necesariamente los partidos van
a estar con sus banderas.
En sociedades tan altamente individualistas, los militantes son los que finalmente hacen las campañas.
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Ya nos ocurrió con un candidato de la Concertación en su primera
campaña. Se enojó porque en La Serena lo estaban esperando los
socialistas llenos de banderas. Se habían comprado no sé cuántas y yo,
que era presidente del PS, tuve que decirle a la gente: “Por favor,
bajen las banderas, escóndanlas”. Y qué, la mitad las bajó. Los
militantes del PPD y la DC tampoco lo hicieron. Y la gente las usa
porque le dan un sentido de pertenencia y quiere participar del entorno
simbólico que hay detrás de una campaña. Por lo tanto, este año, no me
queda duda de que al principio no va a haber muchas banderas de
militantes en las actividades de los candidatos. Pero después, muchas.
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Si Bachelet u otro candidato gana, ¿quién va a armar el gabinete? No
me imagino a quién va a convocar que no sean los partidos. Puede que
elijan a dos, tres, cuatro independientes, pero que estén dentro de la
orientación general. Puede que no tengan firmada una ficha pero, por
ejemplo, Velasco era de la Concertación. Ahora está más en el centro y
en la derecha. ¿Quién va a ser ministro de Hacienda? Alberto Arenas, a
lo mejor, un militante PS. ¿El ministro del Interior? Es altamente
probable que sea algún DC. Como Gutenberg Martínez, qué se yo…
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Los partidos no sirven para ganar elecciones en Chile, se les
esconde, pero finalmente son imprescindibles para gobernar. Y la
paradoja es terrible, porque un candidato puede llegar al gobierno con
una alta votación, pero el respaldo ciudadano se puede desvanecer cuando
la ciudadanía se percate de que los partidos determinan el curso de su
gestión en el Parlamento. ¿El riesgo? Niveles de ingobernabilidad muy
grandes.
Por lo tanto, aquí no se debe esconder el papel de los partidos ni en
las campañas ni en el gobierno. El único presidente de Chile en
democracia que trató de gobernar sin los partidos fue Jorge Alessandri
Rodríguez y le fue pésimo. La derecha prácticamente desapareció, la
inflación se disparó y al final se tuvo que rendir ante los liberales y
conservadores.
Los partidos van a ser determinantes. Si gana Laurence Golborne,
probablemente deberá someterse a la estructura que tiene la UDI en Punta
Arenas, Antofagasta. Michelle tendrá que tener en consideración a la
estructura del Partido Socialista y a la del PPD. En la política hay una
suerte de hipocresía, quizás propio de una manera de ser de los
chilenos.
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En el PS, por lo demás, sigue vigente el trauma de Salvador Allende.
La imagen que quedó para la historia es que Allende se sometió a los
dictados de los partidos de la UP, especialmente del Socialista. Pero
eso es relativo, porque, más que de los partidos, el presidente estaba
preso de las contradicciones de las colectividades, que es distinto…
Es cierto lo que ha dicho Camilo Escalona en varias oportunidades. El
no quiere que eso le pase a Michelle. El tema es que no debe tratar de
pasarse al otro extremo, al inmovilismo y no proponer nada. Son dos
caminos, en mi opinión, diferentes. A lo mejor Camilo, preocupado de no
repetir la experiencia de la UP, tiene la concepción de que el
presidente no puede estar preso de los partidos. Y por lo tanto,
tenerlos bien lejos. Es posible, pero peligroso. Los partidos deben ser
capaces de definir lo que quieren para un país, a mediano, corto y largo
plazo, cosa que hallo muy difícil en la actualidad y por eso soy
escéptico.
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La política en Chile hoy no está comandada por ideologías,
cosmovisiones, concepciones estratégicas de cómo concebir el desarrollo
del país, el futuro. El grave daño que hicieron los 17 años de Pinochet y
que la Concertación pudo reponer, es que se dejó de pensar la política
como una actividad noble, que es la única fórmula que conoce el ser
humano para permitir que las sociedades vivan de manera civilizada y en
paz.
Y eso se consigue a través de instituciones lo más sólidas posible.
El grave problema que tenemos en Chile es que el Parlamento, que
nació con la Revolución Francesa, por lo tanto, tiene una cierta
legitimidad histórica, está extraordinariamente desprestigiado. Pero no
la política sino, en general, la actividad parlamentaria.
Hoy, hablar contra los políticos y criticarlos, es lo más fácil del mundo y con seguridad agarra aplauso.
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El militante se ha visto denostado. Se le ve como a una persona que
tiene un interés inmediato y personal en un partido político, para que
éste lo promueva en un determinado cargo público. Pero siempre la
política y los partidos fueron un camino alternativo de ascenso social,
sobre todo para las personas del mundo de izquierda. Eso ocurrió en
Chile. El Partido Radical, por ejemplo, fue un vehículo maravilloso para
las clases medias de los años 20, que querían vincularse a alguna
institución de un Estado extraordinariamente generoso. Luego, desde
1990, la mayor parte de la gente del PS y del PPD venía de 17 años de
marginalidad y carencias. Por lo tanto, no es ilegítimo, es comprensible
que deseen asumir cargos públicos. Porque en una sociedad dominada por
el mercado, una persona de izquierda es más difícil que asuma
responsabilidades que le permitan subsistir.
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Normalmente, se sale de esta situación en la que hay tanto
desprestigio de la política a través del caudillismo o el populismo.
“Ah, no, es que Chile está exento de aquello”, señalan algunos. Por
favor, en Chile hubo caudillismo y hubo populismo. En el siglo XX,
cuatro personas fueron las que ocuparon todo el mundo político nacional:
Arturo Alessandri, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende y,
entremedio, Carlos Ibáñez del Campo.
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La pregunta es cómo se sale de un momento en que hay tanto
desprestigio, como he señalado. Uno de los problemas más delicados es el
método como se eligen los candidatos a parlamentarios, concejales o
alcaldes. Existe un rechazo para que nuevamente sean elegidos por las
cúpulas de los partidos. Toda la cosa de las primarias es un desafío.
Por lo menos, en el PS esto está enfrentándose con muchas dificultades.
Hay una regla básica de la política: el poder genera poder y nadie
suelta el poder fácilmente. Y por lo tanto, cuando tú tienes una entidad
como el Comité Central en el PS, la directiva nacional de RN, el poder
tiende a manifestarse a través del dedo.
Veo esto con mucha preocupación, porque el gran aporte del socialismo
a nivel mundial es que siempre fue portador de ideas. Equivocadas a lo
mejor, pero ideas al fin y al cabo… Y eso ha desaparecido en el
socialismo chileno. Ha desaparecido, yo también soy culpable, aunque
estoy más retirado que activo.
Estoy escribiendo algunas cosas que me permitirán explicarme “en qué
momento se jodió el Perú Zavalita”, como escribió Mario Vargas Llosa en
su novela
Conversaciones en la Catedral. ¿Qué pasó en los tiempos
de la UP, la lucha contra la dictadura, en el inicio de la transición?
No tengo todavía una explicación…
Desde que fuimos derrotados, en el 73 para adelante, tengo la
impresión de que nos sometimos a la lógica de la coyuntura y a pensar
solamente hasta la nariz. Con el regreso de la democracia, generamos un
conjunto de ideas, pero nos secamos muy rápidamente. El tráfago de la
transición nos secó y por el momento no surge un nuevo conjunto de ideas
fuerza que nos permitan ir más allá del próximo período presidencial,
que seguramente será encabezado por Michelle Bachelet. Se trata de ir
más allá de un entendimiento estrictamente electoral, más allá...
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En el PS no pensamos a fondo cuál era el sentido de la transición. Yo
creo que podríamos haber hecho una transición más decente. Nos dejamos
llevar durante mucho tiempo por el temor a Pinochet y a la involución, y
esta situación nos impidió plantear temas más de fondo, como el de la
educación, las isapres y las pensiones…
No pensamos que la transición podía marcar por un largo período
histórico a Chile. Se alargó porque la estructura institucional que
heredamos de la dictadura fue básicamente inmodificada. Nosotros, por
contradicciones internas, no solamente por diferencias con RN y la UDI,
no implementamos cambios constitucionales de fondo. Hoy podríamos tener
una nueva Constitución, un nuevo sistema electoral, más democrático, más
participativo y menos excluyente.
Al final, la transición se acabó cuando murió Pinochet, lo que
significa simbólicamente que nosotros concebíamos la transición, sin
quererlo, según los años de vida que le quedaban. Y ello fue un
gravísimo error y no fue necesariamente bien asumido. No hubo una lucha
ideológica, en el mejor sentido de la palabra, al interior de la
Concertación para contrarrestar el pensamiento sobre esa materia que
tuvo Edgardo Boeninger, el gran ideólogo de la transición. No
contrapusimos una visión distinta…
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¿Puede gobernar un conglomerado cuyos componentes posean pensamientos
muy distintos sobre materias sustantivas? Si las coaliciones sólo son
entendimientos meramente electorales, triunfan y terminan gobernando el
país, es altamente probable que duren poco y generen muchas
incertidumbres, producto de la falta de acuerdos sobre esa materia.
¿Cómo se evita eso? Abriendo una discusión sana y profunda sobre cada
uno de estos temas.
Sobre el tema de la educación, Michelle dijo no al lucro y sí a la
gratuidad. Yo comparto esa afirmación. Pero es obvio que todavía no hay
acuerdo sustantivo sobre ese planteamiento. Algunos, seguramente, deben
haber dicho que es un error. Yo creo en el derecho a la educación
gratuita y, si es un derecho, es para todos, para los ricos y para los
pobres, no se puede excluir. ¿Y cómo se resuelve eso? Los ricos deben
pagar más impuestos, esa cuestión es obvia.
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En Chile han sido pocos los liderazgos sólidos que permitan conducir a
una coalición sin problemas hacia determinados objetivos. A Eduardo
Frei Montalva se le dividió el partido. De la UP terminaron yéndose
varios. Patricio Aylwin logró un gran respaldo, porque estábamos en un
período excepcional. Eduardo Frei Ruiz-Tagle también logró apoyo, pero
fue disminuido. Ricardo Lagos, por su personalidad, logró ordenar
bastante, sobre todo en el último período, en que las bonanzas
económicas permitieron el desarrollo de sus políticas más esenciales. En
el caso de Michelle, sí, ordenó al final un poco, pero también los
díscolos hicieron mucha mella...
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No le doy importancia a sectores como el PRO y el PRI, porque son
residuos de un sistema político en desintegración. La desintegración de
los compromisos políticos es tan profunda que mandarse a cambiar de un
partido que lo hizo parlamentario, alcalde, concejal tiene costo cero.
Nadie le reprocha al señor Pedro Velásquez, que fue DC por mucho tiempo,
que se convierta en vicepresidente de la Cámara de Diputados por la
derecha, aunque ahora vaya a ser removido por la propia Alianza. Que el
señor René Alinco, ex comunista, termine votando por la derecha. El caso
de Marco Enríquez-Ominami es típico. Por eso es que yo no respeto a los
díscolos: un día votan por la derecha y otro día votan por la
oposición. No van más allá de sus intereses personales. Hay un alto
grado de oportunismo.
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Pensar que las organizaciones sociales pueden reemplazar a los
partidos es corporativismo, pura demagogia. Las colectividades deben
tener un diálogo permanente con ellas. Pero ni los partidos pueden
invadir el ámbito de las organizaciones sociales ni éstas pretender
hacer política a nivel del Estado, porque son inorgánicas. No se puede
juntar a la gente que está por el matrimonio gay con las organizaciones
que quieren árboles en Atacama. Los partidos políticos nacieron para
sintetizar, organizar y conducir las demandas diversas que existen en el
seno de la sociedad, mediar entre la sociedad civil y el Estado.
Y les encuentro razón a Giorgio Jackson y Camila Vallejo en querer
ser diputados, porque se dieron cuenta de que desde el movimiento
estudiantil no pueden ser gobierno e impulsar sus ideas de cambio.
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La política se hacía antes en los corrillos, entre cuatro paredes, en
los locales de los partidos. Hoy, sin embargo, es esencialmente pública
y colectiva. Y los candidatos deben asumir que todos sus actos
políticos son públicos. Por ello hablé del secretismo. Era una
contradicción que se mantuviera silencio en torno a su figura, habiendo
dejado el cargo de la ONU. Por eso me parecía raro que al preguntársele a
los dirigentes de los partidos, ellos no supieran cuándo ni a qué hora
llegaba a Chile. Puede que no hayan sabido, que no hayan querido decir,
pero en ambos casos se trata de la utilización excesiva de la
discreción.
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El poder por el poder es una práctica que se ha entronizado en los
partidos políticos. Eso es lo que está ocurriendo peligrosamente. Las
mayorías deben ser generosas y lo lógico es que se integren las
minorías, como lo traté de hacer cuando estuve al mando del PS. Es la
mejor manera de evitar que la gente se aleje.
¿Nos vamos a quedar los puros, los duros y los maduros en los
partidos? No es mi concepción. No estamos en condiciones de decir “yo
soy el chorito de las pampas y el resto…”. Esta situación me tiene un
tanto alejado de la actividad política, porque veo que es un camino que
en el pasado hizo un daño enorme y puede terminar mal, pésimo.
En mi partido, por ejemplo, gente como Arrate, Ominami y Navarro ya
se fueron y, aunque no comparto con ellos muchas cosas, lo lamento. Yo
jamás me iría del PS, llevo casi 60 años de militancia, por eso sería
muy duro. Porque todavía sigo pensando en que el PS y los partidos
puedan ser nuevamente un espacio de fraternidad y de desarrollo moral e
intelectual.
Ver. La Tercera 13.4.13