Queridos amigos, queridas
amigas,
¡Qué alegría estar
nuevamente en casa, con ustedes! ¡Qué alegría regresar a mi país, después de
tres años!
Y es una tremenda alegría
porque han sido años de trabajo, de satisfacciones, de aprendizaje. He visto,
en esta tarea, nuevas realidades. He recorrido muchos países en este tiempo,
promoviendo los derechos humanos de las mujeres en el mundo.
Me he reunido con
gobernantes y trabajado organizaciones y líderes de Asia, África, Oceanía y
Europa.
He recorrido un mundo
convulsionado, incomodo por una globalización que no ha sido beneficiosa para
todos y que ha profundizado las brechas de desigualdad.
Pero también he sido testigo
del coraje, la perseverancia y la esperanza de cambios profundos, especialmente
entre las mujeres del mundo árabe.
Para mí ha sido una enorme
experiencia de vida, una labor enriquecedora, un permanente descubrimiento y
aprendizaje que, estoy segura, servirán a los hombres y mujeres de mi patria.
Pero créanme, con todo lo
valioso que ha sido la experiencia de estos años, no hay nada que se compara
con la felicidad de estar en casa. Porque no hay nada que se compare a la dicha
de estar en mi país, con mi familia, con mi gente.
Porque, como decía Mario
Benedetti en su “Noción de patria”, “siempre se vuelve”.
Porque todos estos años he
sentido el apoyo, la confianza y el cariño
de una inmensa mayoría de chilenas y chilenos. Tengo la necesidad de
decir a esas personas, y de todo corazón: gracias.
Muchas gracias.
Ustedes son parte
fundamental de lo que me ha traído de regreso.
Como saben, me he tomado un
tiempo para reflexionar sobre esta decisión.
He conversado con mi
familia, de la que siempre he recibido incondicional compañía y apoyo, y a la
que agradezco sinceramente el compromiso, la paciencia y el sacrificio que a
menudo implica para ellos mi dedicación al servicio público.
Amigas, amigos,
Les dije: hablamos en marzo
y aquí estoy, frente a ustedes, cumpliendo mi palabra.
Aquí estoy, junto a ustedes,
dispuesta a asumir este desafío que, es
personal y sobre todo, colectivo.
Con alegría, con
determinación y con mucha humildad, he tomado la decisión de ser candidata.
Estoy decidida a convocar
una nueva mayoría política y social para llegar juntos a la Presidencia de la
República.
Para que tengamos un Chile
que progresa en cada uno de nosotros, un país con más justicia, más unidad, más
participación y más solidaridad.
La misión es hermosa y es
inspiradora, pero seamos honestos: no será fácil.
Sabemos, a ciencia cierta,
que desde el retorno de la democracia Chile ha tenido progreso y crecimiento.
No lo digo sólo yo, sino también líderes de todo el mundo.
Hemos construido una
democracia estable –con insuficiencias que reclaman nuestra atención, pero
estable – con mejoras sociales y con crecimiento económico. Por eso soy
optimista con el futuro de Chile. Por eso podemos aspirar a una mejor vida para
nosotros y para nuestros hijos e hijas.
Sin embargo, es justo
señalar que hubo cosas que no hicimos del todo bien y reformas que quedaron sin
hacer.
Sabemos también que los
beneficios no han llegado a todos de la misma manera. Digámoslo claramente: los
indudables avances en la lucha contra la pobreza no se han traducido en cambios
significativos en los niveles de desigualdad de nuestro país.
Sabemos que, a pesar de los
indicadores económicos positivos, hay mucha gente que no está contenta.
Sabemos que hay un malestar
ciudadano bastante transversal.
Lo hemos visto en los
estudiantes, en su movilización por una educación gratuita y de calidad. Pero
lo hemos visto también una clase media que se siente excluida y desprotegida.
Lo hemos visto en las
regiones, que han levantado la voz con fuerza contra el centralismo y el
impacto negativo que tiene en su vida cotidiana.
Chile ha cambiado y es hoy,
un país más activo y con mayor conciencia de sus derechos. Es un país cuyas
personas están cansadas de los abusos de poder y de que sus necesidades no sean
tomadas en cuenta.
Chile tiene hoy una
ciudadanía más madura y empoderada. Estamos entrando a un nuevo ciclo político,
económico y social.
¡Y qué bueno que así sea!
Esta ciudadanía más fuerte,
fiscalizadora, informada, comprometida con el desarrollo de Chile es una señal
de nuestra propia adultez como sociedad. Pero es, también, una ciudadanía que
está alzando su voz descontenta.
Y aunque muchas causas
puedan ser señaladas, mi convicción profunda es que la enorme desigualdad en
Chile es el motivo principal del enojo.
Un enojo que se manifiesta,
además, como desconfianza en las instituciones.
Este enojo, es un enojo
justo. Lamentablemente, Chile es uno de los países con mayor desigualdad del
mundo. Y esta fractura social es ética y políticamente inaceptable.
¿Y de qué hablamos cuando
decimos desigualdad?
Hablamos de las brechas
salariales, por cierto, pero también del abuso de empresas que estafan a sus
clientes.
De la letra chica que afecta
a millones de consumidores endeudados.
De los cambios unilaterales
de planes de salud.
De las regiones, postergadas
por el centralismo.
Hablamos de la persistente
diferencia de remuneraciones entre hombres y mujeres que hacen el mismo
trabajo.
De la impotencia de los
trabajadores que no pueden negociar colectivamente, en igualdad de condiciones,
con sus empresas. De los derechos sexuales y reproductivos.
La desigualdad se expresa
también con toda su fuerza en la brecha educacional, que resta oportunidades a
los estudiantes de la educación municipal.
Se expresa también en el día
a día de una clase media cada vez más afectada por altos pagos en educación, vivienda y salud, pero que no
califica para programas de apoyo social.
Las condiciones de vida y
los derechos de nuestros pueblos originarios siguen constituyendo una tarea
pendiente como país, y otra dimensión crítica de esta falla estructural que
como sociedad nos afecta a todos.
A todas esas personas que
día a día enfrentan estas desigualdades, les digo: es tiempo. Es ahora. Es
importante y urgente.
Debemos combatir la
desigualdad con decisión. Esa debe ser, a todo nivel, nuestra prioridad.
Chile se encuentra en un
momento histórico: el momento de decidir en qué condiciones alcanzar, como
sociedad, el desarrollo.
El crecimiento económico es
fundamental para alcanzar nuestras metas. Debemos crecer a buen ritmo y de
manera sostenida.
Es muy cierto que el
crecimiento produce empleo, mejoras en los ingresos y dinamismo en la economía.
Pero también es cierto que
no hay crecimiento real sin inclusión.
Debemos re-pensar las bases
de nuestro modelo de desarrollo.
Debemos pasar de un modelo
basado casi exclusivamente en la exportación de materias primas, a uno que
también se sustente en el conocimiento, el emprendimiento y la creatividad.
Para ello, es clave generar
mayores oportunidades y reducir la desigualdad.
Es un deber ético, pero es
también una inversión que no podemos posponer.
Sólo podremos ser un país
desarrollado si cambiamos sustancialmente la forma en que hacemos las cosas.
Voy a decirlo claramente: el
verdadero desarrollo no existe si no es inclusivo y sustentable.
Y para avanzar en esa tarea
que nos proponemos, será fundamental que los ciudadanos y ciudadanas estén
comprometidos en un proyecto colectivo de país. Que su voz se oiga fuerte y
clara.
Estamos en el momento oportuno para hacernos cargo de
esta tarea.
Derrotar la desigualdad para
alcanzar el desarrollo es una labor enorme y, por cierto, supera largamente el
horizonte de una gestión presidencial.
Es preciso, entonces, que
comencemos ahora mismo.
Durante mucho tiempo nos
dedicamos a hacer ajustes y cambios al modelo.
Algunos han sido buenos.
Pero son insuficientes. Tenemos que llevar a cabo reformas más profundas.
Debemos ser capaces de
construir un nuevo consenso para avanzar con sentido de país, con unidad
nacional y con un rumbo común. Sin exclusiones.
Quiero comprometerme ahora
ante ustedes:
Yo no voy a ofrecer un
programa hecho entre cuatro paredes.
Voy a promover diálogos y
encuentros para que el programa de esta campaña tenga el sello de nuestra
ciudadanía.
Constituiremos un verdadero
pacto de gobierno, con un compromiso mutuo.
Y para eso voy a recorrer el
país: para escucharlos, para conocer sus propuestas.
Amigas y amigos,
Voy a trabajar para conducir
el próximo gobierno: el primer gobierno de una nueva mayoría política y social
que nos permita enfrentar la desigualdad y construir un Chile inclusivo.
Tenemos una oportunidad
única para avanzar juntos en la dirección correcta.
Por lo mismo, esta campaña,
la conquista del Gobierno y la realización de las reformas deben tener un
carácter amplio y democrático.
En ese sentido, creo que es
muy importante que se realicen primarias para la designación del candidato
único de la oposición.
Las primarias son un camino
legítimo y válido para que sea la ciudadanía la que señale su preferencia.
Es por eso que he decidido
participar en las primarias de la Concertación y de la oposición. Porque el
camino a la Moneda no será la tarea de
una candidata, de un equipo, o de una coalición de partidos.
Esta campaña les pertenecerá
a ustedes.
Si ganamos, será porque hubo
una gran movilización de la ciudadanía a lo largo y ancho del país.
Y esa movilización ciudadana
comienza hoy. Ahora.
Es necesario movilizarse y
participar de cara a las primarias del próximo 30 de junio y luego, de cara a
la elección presidencial.
Y a esas mismas personas que
tan desinteresadamente me han expresado su apoyo, su cariño, su confianza, les
pido que nos ayuden en cada ciudad y rincón de Chile.
Los invito y los convoco a
trabajar todos juntos por una gran primaria fraternal, masiva, abierta y
ciudadana. A realizar una campaña con alegría, iniciativa, respeto y entusiasmo.
Los invito a que trabajemos
para ganar el Gobierno en noviembre próximo. Cada uno de ustedes, cada una de
ustedes, con sus anhelos y sus realidades, con su propia vivencia y mirada de
Chile, con su voz, es lo que este nuevo sueño de país requiere.
Es lo que necesitamos para
una nueva mayoría, para una nueva política, para un mejor país.
Gracias de todo corazón por
su cariño y su confianza. Gracias por estar aquí esta noche.
Comencemos, ahora.
¡Viva Chile!
MICHELLE
BACHELET