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miércoles, 16 de julio de 2014

La Haya: Camino sin salida al mar.

Por Enrique Ceppi di Lecco, economista y cientista político.

La vía judicial iniciada por Bolivia en La Haya por medio de la cual solicita a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) que se obligue a Chile a negociar “de buena fe” una salida soberana al mar para el país altiplánico, no es más que una callejón que lleva a ambos países a enclaustrarse en argumentaciones que, en lugar de allanar el camino, acrecientan la desconfianza, el recelo y un diálogo de sordos.
Esta semana la demanda boliviana encontró una primera respuesta formal del gobierno chileno. La Presidenta Bachelet anuncio que Chile impugnará la competencia del tribunal para abordar una materia resuelta por el Tratado de 1904 que estableció los límites entre los dos países, por ser éste un acuerdo anterior a la existencia de la CIJ y anterior al Pacto de Bogotá de 1948 que entregó jurisdicción a la CIJ.
Si bien la demanda boliviana es antigua, la historia reciente de la controversia se remonta a los gobiernos de Ricardo Lagos y la primera presidencia de Michelle Bachelet. Después de muchos años en que la diplomacia chilena se negaba a conversar el tema marítimo con Bolivia, se inició un camino de negociación que tenía en la agenda el tema del acceso al mar. Fue a partir de una reunión de Cancilleres en Algarve, Portugal, el 22 de febrero de 2000, cuando ambos países acordaron iniciar un diálogo “sin exclusiones” y establecieron la llamada “Agenda de los trece puntos” que incluía el tema marítimo. Pero hasta la llegada de Sebastián Piñera a la presidencia, con la derecha en el gobierno chileno en 2011 la Cancillería de Santiago le puso paños fríos a esta negociación, dando pie a que en Bolivia los partidarios del camino del diálogo bilateral perdieran la partida y se impusiera la tesis de internacionalizar el tema llevándolo a la CIJ en La Haya.
El regreso de Bachelet a la presidencia de Chile abrió brevemente la esperanza de que se retomara el diálogo directo con Bolivia pero – como algo lógico para negociar “de buena fe” – era condición necesaria y previa que La Paz suspendiera la tramitación de la demanda presentada en La Haya. El presidente Morales encajonado en una escalada verbal y legal no tuvo espacio para hacer ese gesto de buena voluntad que permitiera retomar el diálogo bilateral directo y mantuvo la decisión de litigar en la Corte Internacional de Justicia.
Al igual que en el diferendo sobre el límite marítimo con Perú, Chile se ve nuevamente embarcado en un litigio ante la Corte en La Haya contra su voluntad.
Seguimos enredados en las consecuencias de los conflictos del siglo XIX. Las secuelas de las guerras dictadas por los intereses europeos (ingleses) en la región siguen pesando en la política internacional del siglo XXI. En lugar de mirar hacia el futuro y abrir la puerta a la potencialidad de la integración, persisten las ideas que priorizan la cantidad de metros cuadrados de territorio soberano por encima de la suma de fuerzas con los países de la región para proyectar los intereses nacionales a nivel global. Muchas veces hemos escuchado que América latina solo podrá hacer valer sus opiniones en el concierto internacional actuando unida, pero cuando llega el momento de sumar aparecen las ideas conservadoras que prefieren que todo siga igual antes que abrir puertas a la integración.
Cualquier pensamiento informado y objetivo estará de acuerdo que ambos países saldrán de perdedores en la CIJ.
Por una parte, ningún tribunal internacional podrá poner en cuestión un tratado de límites en pleno vigor. Aunque Bolivia haga muchas fintas en la Corte para decir que el Tratado de 1904 no está en cuestión, pedir que se obligue a Chile a negociar una salida soberana al mar no es otra cosa que disparar bajo la línea de flotación de ese Tratado. Eso es lo que el gobierno chileno está poniendo en evidencia al cuestionar la jurisdicción de la CIJ para ver el caso.
Pero, por otra parte, la CIJ, como lo demostró en la controversia sobre la frontera marítima entre Chile y Perú, tiene un grado de creatividad que va más allá de lo que dicen las leyes internacionales y lo más probable es que Chile se encuentre al final del procedimiento con un dictamen que le limita su capacidad de negociación.
Bolivia tiene un punto a su favor en el argumento de los “derechos expectaticios”. Efectivamente diversos gobiernos chilenos han puesto sobre la mesa de negociaciones ofertas de salida al mar para Bolivia, pero ninguna de esas ofertas ha sido un acto unilateral que cree obligaciones para el Estado chileno, siempre han sido parte de una negociación, es decir, solo válidas con el acuerdo de todas las partes. Las expectativas bolivianas son legítimas pero no son un derecho ni una obligación para Chile.
Pero, en esta ecuación, también se puede dar la lectura inversa. Ambos países ganarán algo en la Corte de La Haya. Chile probablemente saldrá con la certeza de que el Tratado de 1904 no puede ser revisado por decisión unilateral ni por orden de un tribunal internacional. Por su parte Bolivia probablemente obtendrá alguna forma de respaldo institucional de la CIJ para su demanda de negociaciones por una salida soberana al Océano Pacífico.
En lo que estamos seguros es que la CIJ no será capaz de resolver el verdadero problema de Bolivia. Desde antes de la Guerra del Pacífico el puerto de Arica – entonces bajo soberanía peruana – era la salida natural de Bolivia al mar, por allí se realizaba su comercio y el tránsito de personas. Como resultado de la guerra se traspasó la soberanía de Arica a Chile con la restricción de que cual cesión de ese territorio a un tercer país tiene que ser con el previo acuerdo peruano.  Es decir, ahora la aspiración boliviana de tener ese puerto se encuentra con un doble problema. Hoy cualquier salida al mar con soberanía boliviana en esa zona requiere el visto bueno de Perú, pero esa condición no ha sido considerada por Bolivia en su demanda a la Corte de La Haya.
Lo que corresponde a una diplomacia moderna es poner todas las variables del problema sobre la mesa, considerar cuales son los intereses estratégicos, de largo plazo, de las partes en conflicto y buscar una solución que le permita ganar a todos. Lo que está en juego es la proyección de América del Sur hacia el Asia a través del Océano Pacífico y ningún país de la región quiere verse excluido. Chile ha hecho de esa proyección un política y trata de jugar un papel importante en el encuentro de Sudamérica con Asia, ha promovido los corredores transoceánicos y se ofrece como país puente entre ambas regiones. Perú hace algo similar y, con justa razón, Bolivia quiere ocupar un lugar en ese proyecto. Lo que está más que claro es que hay espacio para todos, ningún país sudamericano es capaz por si solo de responder a los desafíos y las oportunidades que se desarrollan en Asia.
En forma secundaria están sobre la mesa de negociación las ventajas potenciales que se ofrecen al norte chileno con el acceso a la energía y a los recursos hídricos que dispone Bolivia. En resumen la región norte de Chile, el sur de Perú y el Occidente boliviano tienen un destino común en la integración que permita superar los resabios del siglo XIX mirando hacia el futuro.
Todo indica que el pleito en la CIJ de La Haya es un camino sin salida, mucho más se podrá avanzar cuando la diplomacia sea capaz de sentar en torno a una mesa a bolivianos, chilenos y peruanos para conversar sobre el futuro que se abriría sumando esfuerzos y convirtiendo a Arica y Tacna en símbolos de integración trinacional. 14/6/2014

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