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miércoles, 9 de octubre de 2013

Los dos plebiscitos


El de 1988 fue percibido como un intersticio en el entramado institucional de la dictadura, mientras que el del 89 sirvió para condicionar la fisonomía de la transición chilena.
por Ernesto Aguila - 09/10/2013 -
 
















¿HA ENVEJECIDO bien el plebiscito del 88? Se podría decir que sí, en tanto no se conoce a nadie que esté arrepentido de haber votado por el No (no se puede decir lo mismo de quienes votaron por la otra opción) y porque, objetivamente, constituyó una derrota política para la dictadura, particularmente para Pinochet, y dio inicio a nuestra singular -más que ejemplar a estas alturas- transición a la democracia.

Para una oposición que salía dividida y derrotada del ciclo de las grandes movilizaciones sociales del 83-86, el plebiscito del 88 fue percibido como un intersticio en el entramado institucional de la dictadura, un pequeño e incierto espacio hacia donde dirigir la energía acumulada en las movilizaciones previas, las que habían entrado en una fase de declinación desde mediados del 86, en un “año decisivo” que no fue tal.

Para que el plebiscito del 88 pudiese transformarse en una herramienta democrática y dejara de ser un trámite en la perpetuación de Pinochet, fueron determinantes no sólo la organización y movilización que se lograron antes y durante el plebiscito del 88, sino también el peso en el imaginario de diversos actores políticos nacionales e internacionales de lo acontecido entre el 83 y el 86, y las posibilidades de salidas más rupturistas que quedaron allí latiendo.

Si bien es cierto que el plebiscito del 88 dio todo lo que podía dar, se debe reconocer que se ha ido adelgazando en su importancia histórica. Quizás porque su relato y estética se han ido circunscribiendo de manera excluyente a la restringida etapa 87-88, como porque se ha vuelto cada vez más apremiante responder con alguna solvencia por qué el triunfo del No del 88 no desembocó en una democracia plena, sino en una larga transición (donde lo transitorio se volvió permanente).

Al respecto, conviene traer a la memoria el “otro plebiscito”, el de julio de 1989. Un opaco plebiscito en el que se aprobaron 54 reformas constitucionales, con más del 90% de los votos. Dicho sea de paso, no se entiende por qué hoy sería tan disruptivo encauzar el debate constitucional por la vía de mecanismos de democracia directa como el plebiscito, si éste se ha usado anteriormente sin drama. ¿Pero qué ocurrió en ese olvidado y desaprovechado plebiscito del 89? En lo esencial, se eliminó el Artículo 8 de la Constitución, que prohibía las ideologías inspiradas en “la lucha de clases”, lo que mantenía ilegalizados al PC y al PS, y por el cual había sido condenado Clodomiro Almeyda por el Tribunal Constitucional, a fines del 87.

Sin embargo, este artículo ya estaba políticamente derrotado, su eliminación era más bien simbólica y no constituía una gran concesión. A cambio de ello, se subieron los quórums constitucionales y se acotó hasta anularlo el mecanismo del plebiscito contemplado en la Constitución del 80. Se entró así a la democracia de los 90 con el blindaje constitucional del modelo económico-social fortalecido y con el mecanismo plebiscitario neutralizado. En definitiva, con el plebiscito del 89 no sólo se afianzaron los cerrojos de la nueva institucionalidad, sino también se escondió la llave, condicionando con ello la fisonomía y el ritmo de la transición chilena.

http://www.latercera.com/noticia/opinion/2013/10/893-546139-9-los-dos-plebiscitos.shtml

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