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miércoles, 23 de octubre de 2013

BACHELET EN CAMPAÑA

 Un empantanamiento de las promesas duras de su campaña, con una ciudadanía convertida en espectadora, puede llevar a una rápida pérdida de confianza.

por Ernesto Aguila - 23/10/2013 


















SI LAS elecciones consisten en ganarlas, ¿se puede criticar una campaña como la de Michelle Bachelet que avanza sin contrapesos hacia el triunfo en primera o segunda vuelta? Sí, porque las elecciones son, también, momentos en que se juega la construcción de la identidad de un proyecto y de las fuerzas políticas y sociales que le darán sustento y viabilidad, no sólo para hoy o para un próximo gobierno, sino, en este caso, para un nuevo ciclo político-histórico.

Hay algo en la estrategia y en el discurso de campaña de Bachelet que hace que promesas de cambio tan trascendentes como una nueva Constitución, una reforma estructural en educación o un cambio tributario profundo no se instalen sólidamente y, por momentos, tiendan a evaporarse. ¿Por qué ocurre esto? Por algo que puede parecer curioso: la campaña y el discurso de Bachelet hablan poco o nada de las dificultades. Sí, de las grandes dificultades que implica producir los cambios que se anuncian, de los intereses que hieren, de los poderosos obstáculos a remover. Se habla poco acerca de “ese mañana duro que tendremos por delante”, para decirlo con esa frase que Allende pronunciara al momento del triunfo, el año 70.

Quizás se habla poco de las dificultades porque no se apela, o se hace en voz muy baja, a una sociedad que busca constituirse en “sujeto político”. No existe un llamado a los ciudadanos a organizarse y a participar, no se los interpela como corresponsables de los cambios por venir. Se coloca toda la responsabilidad de producir esos cambios en la propia candidata que, de esta manera, establece con la ciudadanía una relación de empatía, pero asimétrica, distinta de esa más horizontal sugerida por Allende en frases como: “Sólo soy un luchador social que cumple la tarea que el pueblo me ha dado”.

En este esquema en que la viabilidad de los cambios se coloca exclusivamente en manos de la candidata y en su credibilidad, puede parecer que el programa importa poco. La Nueva Mayoría, que agrupa desde liberales a comunistas, pasando por socialcristianos, socialdemócratas y socialistas, debe ser la alianza política más amplia en la historia del país. Bajo tal diversidad, la unidad no es en torno a doctrinas, sino a un programa. Por lo que el retrasado programa sigue siendo central como señal de transparencia, de vínculo y traspaso de poder a la ciudadanía.

¿Se ganará algún voto hablando de las dificultades, del “mañana duro”, de la fidelidad a un programa, concediendo menos al lenguaje publicitario, tratando a los ciudadanos más como “sujetos” que como “audiencias”? Quizás no, pero ayudaría a construir confianzas con una sociedad que quiere ser más actor que espectador -la diferencia entre votar por un candidato a sentirse luego parte de su gobierno en las duras y en las maduras-, cuestión que puede resultar decisiva en una institucionalidad política constreñida y, para ciertos temas, bloqueada a los cambios como la nuestra. Un temprano empantanamiento de las promesas duras de campaña de Bachelet, con una ciudadanía convertida más en espectadora que en protagonista, puede conducir a una temprana pérdida de las confianzas y a una desilusión popular a poco andar de un próximo gobierno


FUENTE: http://www.latercera.com/noticia/opinion/ideas-y-debates/2013/10/895-548287-9-bachelet-en-campana.shtml

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