Por ERNESTO AGUILA
Las violaciones a los derechos humanos tornan superflua, incluso obscena, una explicación contextual.
Dos memorias aparecen especialmente confrontadas: una subsume el período de la dictadura -incluidas las violaciones a los derechos humanos que “obviamente” se deploran- en una explicación de contexto: el período de la UP, las razones del Golpe, los convulsionados años 60. Todos habríamos sido responsables de la “violencia” que nos llevó a una situación de desquiciamiento colectivo, o para usar la singular expresión del ministro Hugo Dolmestch, vocero de la Corte Suprema: “Todos habríamos soplado un poquito”. La otra memoria, por su parte, ve las violaciones a los derechos humanos como el hecho fundamental de nuestro pasado. No porque los contextos no sean importantes y no se requiera examinarlos, sino porque en el caso de las violaciones a los derechos humanos se considera que se produce una ruptura moral radical entre los hechos y el contexto que obliga a una condena absoluta de los hechos, tornando superflua, incluso obscena, una explicación contextual. Nadie podría argumentar que Auschwitz no tuvo un “contexto”, pero se ha entendido de manera universal que lo que allí ocurrió fue de tal envergadura moral como para prescindir de una explicación contextual o de un debate sobre las “responsabilidades” de las víctimas.
¿Cuál de las dos memorias prevalecerá en Chile? No se sabe. Sólo sabemos que las memorias evolucionan, siempre hay varias en disputa, y que nada está asegurado de antemano en términos de memorias hegemónicas y subalternas. Hay memorias que alguna vez fueron dominantes y hoy aparecen residuales, pero al acecho: ya no se habla de “excesos” para referirse a las violaciones de los derechos humanos, aunque hace poco el ex ministro Carlos Cáceres ha recaído en el “negacionismo” al afirmar que las violaciones a los derechos humanos no fueron parte de una política de Estado entre 1973 y 1989.
Ahora se nos propone como memoria hegemónica algo más sofisticado: el insoslayable contexto. Se rebaja así el peso moral de lo ocurrido y, aunque se diga lo contrario, se busca “empatar”. Así, unos deberían pedir perdón por el contexto y otros por lo que ocurrió en dictadura. Se concede que se trata de hechos de distinta naturaleza, pero como todos “soplamos un poquito”... El perdón opera, aquí, como una “tecnología” que permite instalarse rápidamente en un país reconciliado que “mira el futuro”. ¿Y si lo esencial de ese futuro estuviera en lo no resuelto del pasado, en la condena unánime y definitiva de las violaciones a los derechos humanos que aún no ha llegado? Prueba de ello es el tibio mea culpa de la Corte Suprema. Se hubiese requerido un gesto de otra envergadura para hacerse cargo de los más de cinco mil recursos de amparo no acogidos sólo entre 1973 y 1983. ¿Cinco mil “omisiones”? Mejor ni cotejar la lista de las víctimas con esos recursos de amparo denegados. Vaya soplido el de la Corte Suprema en esos años.
fuente: http://www.latercera.com/noticia/opinion/ideas-y-debates/2013/09/895-542028-9-memorias-confrontadas.shtml
No hay comentarios:
Publicar un comentario