Jueves 27 de Febrero de 2014
“Ciega,
obtusa y malintencionada”. Así calificó ayer el Presidente Piñera a la
actual oposición. A esa misma oposición que ganó con amplio apoyo las
pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias, y que en dos semanas
más asumirá el gobierno. ¿Hay justificación para esos duros dichos? ¿Se
recuerda en los 20 años anteriores a alguno de los ex presidentes de la
República refiriéndose de esa manera a sus adversarios políticos?
La
verdad es que entre la oposición y Piñera no han existido desencuentros
que justifiquen estos excesos verbales. Pero, efectivamente, tampoco ha
habido un ambiente de cooperación, con la excepción del reciente fallo del
Tribunal de La Haya, el que evidentemente requería niveles mínimos de
coordinación entre las distintas opciones políticas. Las razones de este
déficit de relación constructiva entre el Gobierno y la oposición son
muchas. Es evidente que existen enormes diferencias programáticas, pero
más allá de esas discrepancias propias de la dinámica política de
cualquier país, en el caso de los últimos cuatro años el origen de estas
divergencias es bien concreto.
Primero,
el Gobierno se inició con un intento de cooptación de personajes del
universo político que representaba la Concertación, para transmitir la
falsa idea de ruptura del acuerdo entre el centro
y la izquierda que gobernó entre 1990 y 2010. En vez de procurar el
entendimiento institucional con los partidos y los parlamentarios que
constituirán la oposición formal a partir de marzo próximo, Piñera, como
habitual apostador, prefirió simular la realidad de una nueva
correlación política, a partir de la inclusión en su gabinete de un par
de figuras democratacristianas.
Ese
plan fracasó rotundamente. Es más, el momento más duro de la relación
entre el gobierno de Piñera y la oposición —la acusación constitucional
contra el ministro de Educación, Harald Beyer— fue protagonizado por una
diputada del PRI que alcanzó la vicepresidencia de la Cámara con el
apoyo de los parlamentarios de la Alianza, en un acuerdo
“administrativo” que permite hasta hoy a la derecha encabezar dicha
Cámara.
La
segunda razón de esta divergencia profunda entre Piñera y la oposición
es algo más dramática: fue el modo partidista con que el actual gobierno
asumió el 27-F, endosando responsabilidad de sus consecuencias a la
Presidenta Bachelet para intentar así erosionar su gran popularidad.
Aquello fue funesto, porque no había momento más necesario para la
unidad nacional que los días posteriores ese tremendo terremoto. Pero el
Gobierno lo dejó pasar, privilegiando la posibilidad de una ventaja
política.
El
tercer motivo de la brecha entre Gobierno y oposición fue la lentitud
del Presidente en despejar sus conflictos de interés explícitos. Era
imposible para la oposición llegar a acuerdos con un Mandatario que no
era capaz de separar la gestión de sus negocios y la conducción del
país. Sin embargo, en la denuncia de estos conflictos de interés, la
oposición no estuvo sola: los más duros fueron los líderes de la propia
derecha, entre ellos Longueira, Matthei y Allamand.
En
el balance, la oposición no obstaculizó proyectos relevantes del
Gobierno. Además, no pocos de los más anunciados se paralizaron por las
discrepancias al interior de las fuerzas oficialistas, o capotaron por
la incompetencia de la gestión política gubernamental.
En estos días de fin de ciclo, las palabras de Piñera parecen destempladas e injustificadas. A menos que, curiosamente, se esperen halagos de quienes tienen una evaluación distinta a la del Primer Mandatario. Pero esa no es la tarea de la oposición en ninguna democracia que valga la pena. Y además, por algún motivo, los electores decidieron seguir un camino diferente a la continuidad del actual gobierno. Es respecto de esa decisión ciudadana que deberían estar reflexionando las autoridades salientes en este momento de despedida
Fuente:LASEGUNDA 28 de febrero 2014